Son pocas las probabilidades que, siendo menor de edad, se pueda ir en contra de la fe de los padres, principalmente porque desde que se nace se comienza con el adoctrinamiento religioso.
Como niño, se cree en todo lo que un padre dice, pero a medida que se va creciendo y al ir teniendo más consciencia de nosotros y el mundo que nos rodea, tomamos el control de nuestros pensamientos y acciones.
Como adolescente y joven y “mientras vivamos en casa”, poco podemos hacer para “lidiar” con los padres creyentes y más aún, con los que llevan su creencia al fanatismo, luchar contra su pensamiento es difícil, pero eso no implica que debas de aceptarlo como tuyo, en ese caso y por el bien de una buena relación con nuestros padres, no se debe de tratar de imponer nuestro propio pensamiento de forma que conduzca a una situación tensa o violenta.
Se debe de hablar poco a poco “suave, suavecito”, lógicamente los padres se enojarán, pero será por pequeñas etapas, así cuando menos pienses serás independiente en tu pensamiento lo más posible que se pueda, hasta que ya no vivas con ellos.
Para un joven creyente, esta transición tiene “un mejor final feliz” porque se trata de conseguir evitar las acciones fanáticas de una religión, pero para un joven ateo es más difícil, porque se trata de dejar de aceptar toda la fe de los padres, es más difícil, pero lo bueno es que no es imposible, mirando el futuro, los padres aceptarán las decisiones de los hijos aunque no las compartan, especialmente si pueden observar que el hijo se encuentra bien y que su decisión de evitar el fanatismo religioso o la ausencia de credo no lo ha “perdido”.
Las acciones valen más que mil biblias, así que, si los padres desean el bien de los hijos, demostrémosles que también podemos ser mejores humanos, siendo conscientes de nuestra humanidad y siendo responsables de nuestros actos.