“Mario, te busca la chica de ojos veldes”, era la frase en “clave” con la cual mi abuelita me llamaba cada vez que me tenía listo mi “adelantadito”, yo salía corriendo desde donde estuviera, para recibir ese delicioso manjar y no dejar nada en el plato.

El “adelantadito”, era una porción pequeña de comida que mi abuelita me ofrecía antes que mi mamá sirviera el almuerzo. Normalmente mi abuelita Tito cocinaba más temprano, mientras que mi madre lo hacía más tarde, así que era inevitable pasar por su cocina y no oler su deliciosa sazón.

No es en vano que exista la famosa frase “la sazón de la abuelita”, mi “mamá Tito” —como llamábamos a mi abuelita— tenía un buen gusto para la comida, cocinaba casi de todo, pero sus platos fuertes eran los del norte. Ella tenía la ventaja de contar en su cocina a gas natural, esta era larga, prácticamente era un tubo con varios pequeños tubos por donde salían unas inmensas llamas.

En ese tiempo, las casas en Talara contaban con gas natural y era prácticamente gratis, incluso se usaba la cocina como calentador cuando hacía mucho frío o como una gran lámpara cuando había apagones, así que mi mamá Tito gozó de contar con una herramienta muy eficiente que le permitía cocinar a su gusto, además tenía utensilios que quizá no se vuelvan a ver nunca más, tenía una olla —que no recuerdo de que metal era—, era gruesa y nunca pude ver que con ella se le quemara la comida.

Esa olla era mi preferida, en ella se hacía normalmente el arroz y ansiosos -mis hermanos y yo- esperábamos que se acabe para aprovechar lo que quedaba, el famoso concolón, que era el arroz que quedaba en el fondo con aceite.

Eran los tiempos en que casi nadie se limitaba al comer, nada de “cuídate del colesterol”, “cuida tu corazón”, el mayor exponente de estos tiempos “libres” culinarios fue mi abuelo, el disfrutó de todas las bondades de la cocina y de todo el poder de la sazón de mi abuelita, sin peros ni contras, sin limitaciones, gozó de variados y deliciosos manjares.

Siempre me lamento no haber de alguna u otra forma, inmortalizado sus recetas, mi madre fue la que pudo aprovechar ser una alumna privilegiada de mi abuelita, casi le llegaba al punto de la sazón, pero en realidad todas las sazones son distintas, no solo es como se cocina, sino también, quien lo hace y pienso que mi abuelita tenía en sus manos ese único poder y la libertad que hace doblegar a la cocina.

Gracias por todo mamá Tito, gracias por ser la abuelita perfecta, gracias por tu hermosa sonrisa y por tu dulzura, verdaderamente en vida, hiciste honor a tu nombre: Santos.

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