Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, solo sospecha.

Esa me parece, es la actitud de la mente humana, incluso la más grande y culta, en torno a Dios. Vemos un universo maravillosamente arreglado, que obedece ciertas leyes, pero apenas entendemos esas leyes.

Nuestras mentes limitadas no pueden aprehender la fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones.

Me fascina el panteísmo de Spinoza, porque él es el primer filósofo que trata al alma y al cuerpo como si fueran uno mismo, no dos cosas separadas.

Einstein, entrevista de 1930 publicada en el libro Glimpses of the Great de G. S. Viereck.

Baruch de Spinoza fue un filósofo holandés, considerado uno de los grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con Descartes y Pascal, entre otros. Sus reflexiones supusieron una profunda crítica a la visión clásica y ortodoxa de la religión, algo que derivó en su excomunión y destierro, así como la prohibición y censura de sus escritos por parte de su comunidad.

Su visión del mundo y de la fe se aproximan en gran medida al panteísmo, es decir, la idea de que lo sagrado es toda la naturaleza en sí misma. Esto básicamente quiere decir que Todo es Dios.

A pesar de ser una de las mentes científicas más brillantes, Einstein veía que ciencia y religión no se encuentran necesariamente enfrentadas, puesto que ambas persiguen el mismo fin: la búsqueda y entendimiento de la realidad.

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